martes, 30 de octubre de 2007

EL CADÁVER PEDAGÓGICO


En la escuela desfilábamos frente a frascos llenos de formol con animales y fetos suspendidos. Lo hacíamos con propósitos pedagógicos. Hoy vemos con asombro en una galería de Nueva York una exposición de cadáveres humanos. Por ahí un pulmón con cáncer, un hígado cirrótico, cuerpos despellejados y hasta una mujer regordeta cercenada verticalmente en cuatro. Dicen los mentalizadores que de un modo artístico la gente aprende sobre los estragos de las enfermedades. ¡Vaya forma de aprender! Sin duda, la pedagogía de “la letra con sangre entra”

¿Qué nos puede enseñar un cadáver, por más que haya quienes quieran “ver muerto” a alguno de sus profesores! Hamlet, acarició el cráneo sin pellejo de su padre y “conversó” con la muerte. En las morgues del mundo los cadáveres son los textos donde aprenden los futuros médicos (muchos de los cuales enviarán a sus clientes al mismo lugar…). En México, las calaveras no espeluznan, por el contrario, comerlas como caramelos nos enseñan que la muerte es parte de la vida… ¡Por qué entonces tanto escándalo con esta exhibición de cadáveres humanos?

¿Qué de terrorífico o reprochable en esta exposición? Repugnante o no, lo cierto es que una multitud de visitantes estuvo dispuesta a pagar 24,5 dólares por horrorizarse, estremecerse, impresionarse o… aprender. Pero más allá de la dudosa intención pedagógica, la gente abandonaba la exhibición con una pregunta más espeluznante todavía: “¿Es esto arte?”

La muerte ha sido eterno motivo de arte. Un raudal interminable de ejemplos así lo confirman. Pero… ¡cadáveres? Disecados, o, mejor dicho, plastinados -esa nueva técnica que inyecta silicón allí donde circularon los jugos vitales del cuerpo- colgados de ganchos o flotando en litros y litros de formol.

En el archivo Burns de Nueva York, el más grande fondo de fotografía post mortem quienquiera podrá mirar fotos de cadáveres que luego de esperar 7 u 8 horas desde que se graduaron de recién muertos, evadían el rigor mortis y eran colocados en posturas familiares junto a los seres queridos que solicitaban “la última foto”.

A partir de que Marcel Duchamps exhibió un urinario en 1917, después muchos “artistas” han llegado a pensar que el arte es presentarnos lo que aquel suele contener… La discusión de qué es arte se disparó drásticamente en un efecto interminable y multiplicador al punto que hoy los cuerpos de ocho asiáticos por los que nadie reclamó, pasaron de la morgue de la ciudad a los eruditos salones de las galerías de arte no sin detenerse antes –claro- en el gabinete del “Doctor Jeckyll”.

Hoy “cualquier cosa es arte”. Lo que cuenta es la intencionalidad y la resignificación que imprima el artista… No nos extrañemos que algún día algún recién egresado de las facultades de arte invite a una delegación de mendigos y les diga “Señores Pordioseros, ¿serían tan amables de instalarse dos semanas en el museo de arte y ejecutar allí sus actividades? … es que resulta que estoy participando en una Bienal” ¡Y no me extrañaría que ganase el premio!…

Es verdad, los parámetros en arte, han cambiado muchísimo y las herramientas también. En lugar de usar pincel, plumilla, lápices o cincel, en determinado momento sorprendió al mundo que los artistas los suplanten por el mouse y el scanner. En la actualidad, la evolución hará que en lugar de usar pincel se use una vaca o un riñón; y al trazo del artista le suplantará la estela de un tumor pancreático en el “lienzo” del formol.

Definitivamente, mucho ha cambiado el arte desde las pinturas rupestres y continuará su evolución, de manera que, de momento, una exposición de cadáveres no debería espeluznarnos, pues, en fin de cuentas, bien vistas las cosas, un cuerpo desollado no es más que un streap tease llevado hasta las últimas consecuencias.

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1 comentario:

wAlter diEgo dijo...

Posmodernidad talvez? Esa finísima línea que diferencia el arte de cualquier cosa a veces se pierde.

Saludos.